El ganador se lo lleva todo
Se acerca la hora de la verdad. Busco mi sitio, me preparo, me acomodo. Mi contrincante hace lo mismo. Cada uno con un único objetivo en mente. La concentración es esencial, la relajación es fundamental. Cada uno dando la espalda al otro, siendo perfectamente consciente de lo que está en juego. Un ganador. Un perdedor.
El tiempo pasa lentamente, pero no debo pensar en ello. Si no estoy relajado y distendido, la derrota es segura. No debo ponerme nervioso, ni pensar en mi oponente: de espaldas a mí, siguiendo el mismo camino que yo, corriendo contra mí, ambos jugando contra reloj pero al mismo tiempo esperando.
Mi mente comienza a alejarse, poco a poco, del mundo real. Mis pensamientos, cada vez menos conscientes, se diluyen entre muchas pequeñas ideas que vagan al azar por mi cabeza. Aunque ya no me doy cuenta, cada vez estoy más cerca de mi meta. Y entonces, sin previo aviso, el mundo real me golpea crudamente...
ZZZZZZZZZZ.
La realidad es incontestable: mi hermano ha empezado a roncar antes que yo. Él es el vencedor esta noche, el que ronca a pierna suelta mientras el otro recuerda sistemáticamente a todos los antepasados del que ha conseguido dormirse primero (con el agravante de que en este caso esos antepasados son los míos). De nuevo, su combinación de potente ronquido (aunque no le ando muy a la zaga) y sueño eficaz y pesadísimo han dado al traste con mis planes de dormir suficientes horas para no ser un día más el zombie más español de Montreal. Ni siquiera una buena tunda de patadas a traición sería una solución; sólo valdría para repetir mi derrota esta noche.
Mañana compro tapones. La victoria (y la salud en este caso) bien vale saltarse un poco las reglas.
Vaya manera de empezar a compartir mi flamante cama de matrimonio.
1 comentarios:
doy fe de que no le debes andar muy a la zaga... aunque en mi caso reconzco que en Algemesi, mejor eso que la calle :P
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