Aquí en el centro de Montreal hay muchos indigentes. Vamos, no es que en España haya menos, es que aquí se concentran muchos en la zona. Supongo que ver tantos turistas paseando por aquí en verano les anima a venir. Todos ellos son muy amables; te saludan, te piden por favor, y te desean un buen día aunque no les des nada.
Hay uno en concreto que siempre está en la puerta de mi banco. Es mayor, tendrá unos sesenta años, da la impresión de ser alguien muy pacífico, no como otros en los que notas el resentimiento por no tener nada y por no recibir de los demás. A veces le doy algo suelto, otras veces no; cuando es que no, intento no mirarle, no me cuesta decir que no a la gente que pide porque muchos son jóvenes, podrían trabajar o buscarse la vida de otra manera, en cualquier caso están bien sin mi dinero; pero de todas maneras siempre da vergüenza cruzar la mirada con ellos.
Un día hace ya unos meses me paré delante del banco, le di algo y le pregunté cómo estaba, tenía curiosidad y a todos nos gusta que nos hagan caso. Me contó que no estaba muy bien, y no sé qué más, porque hablaba bajito y no entendí mucho. Me dijo que necesitaba una loción para unas heridas pequeñas que tenía en la piel. Así que, pensando en que esa era otra oportunidad para ayudarle, le dije que fuéramos a la farmacia de la esquina. Cuando estábamos allí preguntamos y la encontramos rápidamente. Por un momento tuve un poco de miedo al pensar que igual era carísima y no podía echarme atrás, pero sólo fueron unos dólares. Volví con él a la puerta del banco y me despedí.
Desde entonces, cuando le veo le pregunto qué tal está. No siempre, porque a veces no quiero darle nada y por eso apenas me paro. Cuando le pregunto, siempre me dice que no está bien, aunque si estás pidiendo en la calle seguro que no ves la vida de color rosa... y me enfadaba mucho conmigo mismo, porque quiero ayudarle a veces, pero una parte de mí siente miedo, no sé muy bien de qué.
Otro día me dijo que era su cumpleaños y que alguien le había regalado una botella de vodka, que había bebido en parte. No le iba lo de beber, me dijo, y no era manera de celebrar. Me dijo que quería irse a New Brunswick (una provincia cercana) porque allí conocía gente. Le faltaban 37 dólares para poder irse, según me dijo, con eso podría comprar el billete de bus. Fui a un supermercado cercano, le compré un par de cosas de comer, y seguí preguntandole por el viaje. Como me daba la impresión de que la cosa era buena idea, le di 40 dólares y le deseé suerte. Se abrazó a mí, me dio las gracias varias veces, me despedí y seguí hacia casa.
En ese momento me sentí bien, pero a la vez bastante mal, no sé por qué. Creo que fue porque me preocupaba por él, y yo sabía que no pasará de ser un mendigo al que poder ayudar, pero no alguien con una vida, con respeto por sí mismo, con pruebas de que ha sabido hacerse un hueco en este mundo. Alguien que volverá a pedir mañana y el resto de sus días.
Le vi otra vez dos días despues, el billete costaba más de lo que el creía (me había dicho el precio y me había parecido demasiado barato). Le volvi a comprar algo de comer. Le vi algunas veces mas después, aunque a veces yo también le esquivaba, eso no cambió.
Hace unas semanas, yo iba de camino a casa a comer, hacía algo de frío ya. Me puse a hablar con él otra vez, y decidí dar otro paso más: yo tenía comida de sobra en casa, así que le traje un tupper con pasta y otro con cous-cous. Me traje también un tupper para mí y comimos sentados a la puerta de mi banco. Por qué me cuesta tanto hacerlo, no lo sé, pero cada pequeño paso es una lucha interior; aunque una vez hecho, ya sabes que no volverás a pararte en ese asunto otra vez.
No sé qué más hacer, podría seguir así indefinidamente, y seguramente lo haga, si es que sigue por aquí en el invierno. Pero seguro que hay mejores maneras de ayudar. He visto hace poco en las noticias que he han dado el Nobel de la Paz a un banquero bengalí que tiene un sistema de mini-préstamos: si eres un comerciante modesto, un banco nunca te prestará el poco dinero que necesites para ampliar tu negocio, comprar un coche, etc., y como no podrías avalar un préstamo grande, pues estás atascado. Con los mini-préstamos, miles de personas han conseguido mejorar su situación económica. Y es un negocio rentable para el tipo ese también. He leído en una entrevista que decía que nunca daba dinero a mendigos, aunque le costara. Porque de esa manera les se les ayuda menos que con una oportunidad de valerse por sí mismos. Bonita teoría, pero ¿cómo hacemos eso realidad a nuestro alrededor? Por mucho que quiera creer que se puedo, no veo cómo...