(Sigo con las notas que tomé en mi viaje a Cuba, del 5 al 12 de julio, con mi mujer Rana y mi cuñada Maiada.)
Empezamos por visitar la universidad de La Habana, porque mi amigo David me había dicho que los jardines tenían unos árboles impresionantes, y valió la pena verlos; pero hacía mucho calor, así que volvimos al hotel, que estaba al lado. También aprovechamos para comprar un montón de recuerdos (yo por ahora llevo un llavero y una gorra como la del Che, aparte del gorro de paja que me compré el primer día para el sol). Como querían sentarse a tomarse algo en la cafetería y yo tengo muchas ganas de ver y probar cosas, saí en busca de algún sitio donde comprar un bocata local. Pero no hay suerte, los que venden lo que quiero sólo cogen moneda nacional (aquí hay "pesos convertibles", que usamos nosotros, y "pesos nacionales", que usan ellos). Como me quemaba un poco ya estar comiendo siempre de restaurante, por deliciosa que sea la comida, me he sentado a tomarme una pizza pequeña y una malta (bebida sin alcohol que recuerda a la cola pero con un regusto extraño y dulzón).
Sobre la comida, todo lo que nos sirven son platos simples, sin muchas especias ni muy elaborados, pero todo riquísimo, sea carne, pescado, mariscos... la diferencia está sin duda en los ingredientes, todo natural, sin pesticidas ni productos químicos. Ahora estoy muy convencido de que en Canadá la única manera de comer sano es ceñirse a los productos orgánicos, sólo la diferencia de sabor entre la fruta de aquí y la de allí, es suficiente para hacer pensar que no tenemos ni idea de lo que compramos en casa.
Hemos contratado un viaje a Varadero para mañana, a pasar el día en una de esas playas paradisiacas, y el miércoles por la noche iremos a un cabaret cubano. Queda ver qué hacemos esta tarde y el miércoles. Imagino que descansar y relajarnos; me da pena no ver y hacer tantas de las cosas que he leído y me han contado, pero no se puede ser egoísta, hay que hacer los planes en común.
Cuando nos preparábamos para salir por la tarde, han empezado los truenos y relámpagos a lo lejos, y media hora más tarde ha llegado la lluvia torrencial. Impresionante.
Pero no duró mucho, y salimos andando cuando acabó, en dirección a la Plaza de la Revolución.
Allí un soldado vino a decirnos que nos fuéramos, que estaba ya cerrado. Una mujer que pasaba nos dijo que la necrópolis, la otra cosa que queríamos ver (un cementerio enorme con montones de esculturas). Así que echamos a andar al azar, pasando por calles y barrios que parecían como los ya vistos, pero sin turistas. A las siete cogimos un taxi, y se me ocurrió preguntarle por el cañonazo de las nueve: en el castillo, todos los días desde hace muchísimo tiempo, a las nueve de la noche, se dispara un cañón (en la época colonial era el aviso de que se cerraban las puertas de la ciudad). Allí nos fuimos, un sitio tranquilo, y bonito al atardecer, para ver el cañonazo, que se hace siguiendo la ceremonia tradicional, con un soldado cantando una canción, "silencio..." y seguidamente otros vestidos de época que cargan el cañon y lo disparan.
Por la noche, terminamos temprano el día tras un enorme perrito caliente... un buen día después de todo. Por cierto, en la habitación teníamos un mensaje de Dania, una amiga de Montreal que también visitaba Cuba con su novio Nikolai, pero ya era tarde para llamarles. A ver si les vemos el último día.