domingo, 12 de noviembre de 2006

Héroes canadienses: Norman Bethune

He querido escribir esto desde hace mucho tiempo, pero hoy es el mejor día para ello, dado que hoy hace 67 años que Norman Bethune murió.

Cerca de mi casa hay una estatua de un tipo que no parece un general, ni un político, ni un dictador, más bien parece un poeta o escritor, por la manera en que le han retratado, sin inspirar poder de ningún tipo, sólo caminando hacia adelante.



El invierno pasado me di cuenta un día de que le habían puesto un gorro a la estatua; me dio la impresión de que, más que algo vandálico, era más bien un detalle gracioso, incluso cariñoso. El caso es que me dio por mirar en internet a ver quién era el tipo este. Se llamaba Norman Bethune (Gravenhurst, 1890 - Huang Shih Kou, 1939), y éste es un resumen de su historia:

Nació en Gravenhurst, Ontario (Canadá). Estudió medicina y se hizo cirujano torácico, mudándose a Montreal. Introdujo en Canadá una nueva terapia contra la tuberculosis, escribió varios tratados sobre cirugía, y sobre todo fue uno de los mayores defensores del acceso universal a cuidados médicos; él mismo solía tratar gratuitamente a los pobres. Era un hombre apasionado, a veces impaciente y bastante difícil de tratar. Pero su pasión por la medicina y su dedicación a sus ideales eran inmensas.

Bethune formó parte del Partido Comunista de Canadá, aunque posiblemente más por afinidades sociales y humanitarias que por motivos propiamente políticos. Cuando empezó la Guerra Civil Española en el 36, abandonó su puesto de jefe de servicio del Hospital Sacré-Coeur de Montreal para ir a España como médico voluntario para los republicanos.

En Madrid, propuso a los servicios médicos de la República la creación de una unidad móvil de transfusión de sangre, algo que no se había hecho nunca antes en todo el mundo. Dada la incredulidad de los mandos ante la idea, él mismo se encargó de la financiación y realización, para lo que montó un frigorífico y diverso material médico en una camioneta. En febrero de 1937 llegó a Málaga, que estaba siendo bombardeada, para ayudar a los civiles que huían en masa hacia Almería. Viendo a miles de personas huir por carretera en condiciones terribles, vació la camioneta de todo lo que había llevado, y pasó tres días enteros llevando gente desde la carretera al hospital del Socorro Rojo en Almería sin parar, alternándose para conducir con sus dos ayudantes.

Volvió en julio de 1937 a Canadá para hacer una gira explicando sus experiencias y sus nuevas técnicas. Pero poco tiempo después, otro conflicto llamó su atención: en 1938, los japoneses invadían China. Al poco de llegar, se le encargó el mando de los servicios médicos del Ejército Rojo. La escasez de medios, no teniendo muchos elementos esenciales para medicina de campaña, no le impidió dedicarse plenamente a su labor. Fundó varias escuelas de medicina y enfermería, e incluso desarrolló las primeras unidades móviles durante la guerra.

Sin embargo, la falta de guantes de goma para operar tuvo consecuencias funestas. A finales de octubre de 1939, durante una operación de urgencia, se cortó un dedo, y la herida se infectó. Habría bastado un poco de penicilina para curar la infección, y habría sido muy fácil conseguirla en Canadá... no así en una zona de guerra. La infección se extendió, y el 12 de noviembre de 1939 murió.

A pesar de no ser un personaje conocido en Canadá en su tiempo, se le recuerda ahora como a uno de los grandes canadienses en la historia. Se han hecho dos películas biográficas, protagonizadas por Donald Sutherland; hay multitud de colegios y otras instituciones con su nombre; terminó en posición 26 en la votación al "canadiense más grande".

Pero no sólo es un héroe en Canadá. Mao Zedong, el famoso dirigente del Partido Comunista de China, escribió un ensayo en su memoria e hizo que fuera un documento de lectura obligada para todos los chinos. Escribió: "Todos debemos aprender de su absoluta generosidad. Cualquiera con este espíritu puede ser muy útil para el pueblo. La capacidad de un hombre puede ser grande o pequeña, pero si tiene este espíritu, ya es suficiente para ser virtuoso y puro, un hombre de integridad moral y por encima de intereses mundanos, un hombre de provecho para el pueblo". Gracias a este escrito, del que se hicieron millones de copias, Norman Bethune se convirtió en un héroe en China, mucho antes incluso de serlo en Canadá.

Hay estatuas de Norman Bethune por toda China. Está enterrado en Shijiazhuang junto con otro médico, el hindú Dwarkanath Kotnis, al lado de grandes estatuas en su honor. Durante el Festival de Qingming, fiesta tradicional china similar al Día de Todos los Santos, los chinos honran a sus antepasados, y a Bethune como a uno de ellos; el año pasado, más de 200.000 habitantes de Shijiazhuang rindieron homenaje a los dos doctores, cubriendo sus tumbas con flores. En marzo de 1990, para celebrar el centésimo aniversario del nacimiento de Norman Bethune, Canadá y China emitieron sellos con el mismo diseño en su honor. Hoy he pasado por delante de la estatua antes de venir al despacho, y han colocado varios ramos de flores. También hay un cartel que dice "Gracias, Dr. Bethune" en inglés y alguna cosa más en chino.

No puedo evitar pensar ahora en la estatua de Franco que se puede uno encontrar en la plaza del Ayuntamiento en Santander. No me molesta que este allí, simplemente me parece fuera de lugar; pero me hace gracia cómo la supuesta grandeza de algunos dura poco más de lo que tardan en irse a criar malvas, pues pronto aparecen voces que claman por la retirada de estatuas y otros recuerdos; mientras que otros seres humanos, de más puras intenciones, nos contemplan silenciosamente desde modestos pedestales, mientras muchos pasamos por delante sin parar más de un segundo para preguntarnos quiénes fueron. Pero no sólo queda eso de ellos; Norman Bethune salvó muchas vidas, hizo cosas que ayudaron para miles de personas, y las raíces de ese bien se extienden hasta nosotros, bien en las vidas de los descendientes de aquellos que salvó, bien en las grandes obras como hospitales, colegios de medicina, o más importante aún, la medicina social que él luchó por instaurar, y que ahora muchos disfrutamos en distintos países del mundo.

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