Disculpas públicas
Me disculpo ante Dios por haber criticado su magnífico diseño atmosférico. En mi arrogancia, me he atrevido a hacer críticas acerca de su Divina Obra, y he sido doblemente castigado por ello.
Venganza nº 1. La misma noche en que escribí la última entrada del blog, estaba en el despacho y salí un momento, al pasar por delante de una ventana vi que estaba nevando con cierta fuerza. Un rato después había parado, parecía que había sido poco. Pero cuando salí a la calle hacía un frío tremendo; la temperatura había bajado muchos grados de golpe... y la poca nieve que había caído se había helado rápidamente. Así que, en lugar del habitual hielo rugoso con el que hay que tener cuidado, me encontré con un hielo muy, muy liso, digno de una pista de patinaje. El habitual minuto y medio desde la facultad a mi casa se convirtió en una aventura de casi diez minutos: más de uno para salir de la acera, otro para llegar por el medio de la calle hasta mi portal, y otros seis para cruzar la acera hasta la puerta, debido a una ligera pendiente enmi contra. Y con la ayuda de un buen samaritano, que había aparcado justo delante y salió del coche para empujarme y ahorrarme medio metro.
Venganza nº 2 (ojo: anécdota escatológica). La mañana siguiente, mientras estaba en el servicio, me llaman por teléfono. Como el número no me salía lo tuve que coger, y era la secretaria del departamento donde estuve en EEUU en noviembre, porque había un problema con pagarme el billete. Mientras mis tripas se empeñaban en hacer todo tipo de efectos sonoros, yo disimulaba lo mejor que podía. ¿Que si tengo bolígrafo a mano? Sí claro claro, ahora cojo uno.
Y entonces mi "vecino" en el servicio tiró de la cadena.
Durante unos segundos, silencio al otro lado de la línea. El único sonido que se escuchaba en el mundo entero era el del agua de la cisterna.
Y la tipa, con un cierto tono indescriptible en la voz (ojalá la hubiera tenido delante para ver si se estaba partiendo o muriéndose de asco) continuó la conversación durante unos minutos más.
Que Dios se apiade de vosotros.
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